Ramón Valle y
Peña (Villanueva de Arosa, 28 de octubre de 1866 – Santiago de Compostela, 5 de
enero de 1936), también conocido como Ramón del Valle-Inclán o Ramón María del
Valle-Inclán, fue un dramaturgo, poeta y novelista español, que formó parte de
la corriente literaria denominada modernismo en España y se encuentra próximo,
en sus últimas obras, a la denominada generación del 98. Se le considera uno de
los autores clave de la literatura española del siglo XX y se le reconoce como
uno de los estilistas más destacados de su época.
Novelista, poeta
y autor dramático español, además de cuentista, ensayista y periodista. Destacó
en todos los géneros que cultivó y fue un modernista de primera hora que
satirizó amargamente la sociedad española de su época. Nació en Villanueva de
Arosa (Pontevedra), y estudió Derecho en Santiago de Compostela, pero
interrumpió sus estudios para viajar a México, donde trabajó de periodista en
El Correo Español y El Universal. A su regreso a Madrid se dedicó en pleno a
una vida literaria, adoptando una imagen que parece encarnar algunos de sus
personajes y dio riendas sueltas a la creación de mitos acerca de su biografía.
Actor de sí mismo, profesó un auténtico culto a la literatura, por la que
sacrificó toda posibilidad de felicidad personal y estabilidad económica,
llevando una vida bohemia de la que corrieron muchas anécdotas. Perdió un brazo
durante una pelea. En 1916 visitó el frente francés de la I Guerra Mundial, y
en 1922 volvió a viajar a México. Por su vinculación con el carlismo en 1923
fue nombrado caballero de la Orden de la Legitimidad Proscripta por Jaime de
Borbón y Borbón-Parma.
Respecto a su
nombre público y literario, Ramón del Valle-Inclán es el que aparece en la
mayoría de las publicaciones de sus obras, así como en los nombramientos y
ceses de los cargos administrativos institucionales que tuvo en su vida. El
nombre de Ramón José Simón Valle Peñasólo aparece en los documentos de la
partida de bautismo y del acta de matrimonio. Como Ramón del Valle de la Peña
sólo firma en las primeras colaboraciones que realiza en su tiempo de
estudiante universitario en Santiago de Compostela para Café con gotas.
Semanario satírico ilustrado. Con el nombre de Ramón María del Valle-Inclán se
le encuentra en algunas ediciones de ciertas obras su época modernista, así
como en un texto igualmente de su época modernista, que responde a una
particular «autobiografía». No sólo él mismo toma a veces este nombre durante
esta época literaria, sino que también Rubén Darío igualmente así le declama en
la «Balada laudatoria que envía al Autor el Alto Poeta Rubén» (1912). Por otra
parte, tanto en la firma ológrafa que aparece en todos sus textos manuscritos,
como en el membrete del papel timbrado que utiliza, sólo indica Valle-Inclán, a
secas.
Valle-Inclán,
entre leyenda y realidad
Éste que veis
aquí, de rostro español y quevedesco, de negra guedeja y luenga barba, soy yo:
don Ramón del Valle-Inclán.
Estuvo el
comienzo de mi vida lleno de riesgos y azares. Fui hermano converso en un
monasterio de cartujos y soldado en tierras de Nueva España. Una vida como la
de aquellos segundones hidalgos que se engancharon en los tercios de Italia por
buscar lances de amor, de espada y de fortuna (…)
Hoy marchitas ya
las juveniles flores y moribundos todos los entusiasmos, divierto penas y
desengaños comentando las memorias amables, que empezó a escribir en la
emigración mi noble tío el marqués de Bradomín (…) Todos los años, el día de
difuntos, mando decir misas por el alma de aquel gran señor, que era feo,
católico y sentimental. Cabalmente yo también lo soy y esta semejanza todavía
le hace más caro a mi corazón (…)
Así se presentaba
Valle-Inclán en 1903 en las páginas de la revista Alma Española. Así comenzaba
también a crearse la leyenda que ha ido velando hasta desfigurar, casi borrar,
la auténtica personalidad del escritor, que con lucidez afirmaba: Llevo sobre
mi rostro cien máscaras de ficción (…) Acaso mi verdadero gesto no se ha
revelado todavía. Acaso no pueda revelarse nunca bajo tantos velos acumulados
día a día y tejidos por todas mis horas (La Lámpara Maravillosa, OC., I, 1963).
Manuel Azaña, en
un artículo dedicado a su amigo y titulado «El secreto de Valle-Inclán» (La
Pluma, 1923), señalaba con agudeza esa dificultad de atisbar el rostro, oculto
tras una máscara construida con el variopinto muestrario de anécdotas
auténticas o atribuidas, si bien el escritor ha sido el primero en potenciar
ese artificio, que al mismo tiempo denunciaba en un poema sobrecogedor en su
dramático cinismo, titulado «Testamento». Sus versos -en una de las versiones
que se conservan- rezan así:
Te dejo mi
cadáver, reportero.
El día que me
lleven a enterrar,
fumarás a mi
costa un buen veguero,
te darás en «La
Rumba» un buen yantar (…)
Para ti mi
cadáver, reportero
mis anécdotas
todas para ti.
Le sacas a mi
entierro más dinero
que en mi vida
mortal yo nunca vi
(Carta a Pérez de
Ayala, 04-02-1933)
Frente al
abrumador anecdotario, casi siempre distorsionante, contamos con otros
testimonios más fiables: son numerosos los retratos -gráficos y literarios- del
escritor, debidos a contemporáneos y amigos. Una variada galería de retratos
(Anselmo Miguel Nieto, Echevarría, Baroja, Prieto,…) y caricaturas (Moya del
Pino, Picasso, Castelao, Maside, Sirio, Ángel de la Fuente, García Cabral, Toño
Salazar, Vivanco, Bagaría,…) nos han facilitado sucesivas imágenes de
Valle-Inclán, que Ramón Gómez de la Serna había calificado como La mejor
máscara a pie que cruzaba la calle de Alcalá. Por su parte, abundantes
semblanzas literarias nos han legado intelectuales y artistas de su tiempo
(Maeztu, Azorín, Baroja, Rubén Darío, Margarita Xirgu, Unamuno, Machado, Ramón
Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez,…), que inciden tanto en su aspecto físico como
en su carácter.
De Ramón Valle
Peña a Ramón del Valle-Inclán
Ramón José Simón
Valle Peña, tal era el nombre completo del futuro Valle-Inclán, nació, según
consta en su partida de bautismo, el 28 de octubre de 1866 en Vilanova de
Arousa (Pontevedra) y no, como al escritor le gustaba fantasear, cuando su
madre atravesaba en barca la ría de Arousa. No fue tampoco en la casa
solariega, conocida como Pazo del Cuadrante, donde vino al mundo Ramón Valle,
como la tradición señala. Era ésta la casa de sus abuelos maternos, con un
escudo tallado en piedra, con el que Don Ramón ilustró algunas de sus
publicaciones con la divisa: Mi sangre se derramó por la caza que cazó. Allí
nació Carlos, el primogénito del matrimonio Valle-Bermúdez y Dolores Peña, que
se trasladó poco después a una casa en la calle de San Mauro, conocida como El
Cantillo (Allegue, 2000: 12-13), en la que vino al mundo Ramón del
Valle-Inclán.
En la formación
de la personalidad histórica y artística del futuro escritor confluyen factores
diversos, muchas veces contrapuestos, que se perciben ya en el entorno
doméstico.
En la casa
familiar se respiraba un ambiente de mundos encontrados. Su padre, Ramón Valle
Bermúdez (Cuadrante 1, 2000), funcionario en Pontevedra y periodista con
inclinaciones literarias, fue un liberal ligado a destacadas personalidades de
la época y del regionalismo gallego. Su actividad estuvo vinculada al grupo
liderado por Montero Ríos, cuya principal plataforma de expresión fue La
Opinión Pública, que Ramón padre fundó, como haría más tarde con el semanal La
Voz de Arosa, del que se conserva poco más que su cabecera. Por su parte,
Carlos Luis Valle Malvido, abuelo del escritor, fue militar de profesión y
hombre también de ideas liberales. Acusado de haber ordenado la muerte de un
hombre, sufrió cárcel, emigró a Portugal y tras numerosas vicisitudes fue
amnistiado en 1838. En suma, una tradición de ilustrados, que desenvuelve su
actividad en pequeñas ciudades provincianas con una singular vida cultural,
como Pontevedra, en la que el joven Valle cursó su bachillerato, que inició en
1877-1878, obteniendo el Grado de Bachiller en el curso académico 1882-1883.
Frente a esta
tendencia liberal asociada a la rama familiar paterna, la materna, que
representa Dolores Peña Montenegro, supone una tradición arraigada de
mayorazgos campesinos gallegos, de abolengo tradicionalista, implicada en
conspiraciones carlistas e incluso en la última guerra carlista (1872-1876), en
la que un tío materno, según testimonios varios, había participado. No por
imprecisas hay que descartar las noticias de ese carlismo familiar, al que Don
Ramón aludirá expresamente en una entrevista publicada en Heraldo de Madrid (4
de marzo de 1912): mi familia también era carlista. De hecho, su hermano menor,
Francisco, figuraba en 1911 como vocal de la junta local del movimiento
carlista en Pontevedra (El Correo de Galicia, Santiago, 30 de marzo de 1911, en
J. y J. del Valle-Inclán, 1998: 16, I).
Hasta que
comienza su bachillerato, Ramón Valle vive en esa sociedad campesina, arcaica y
profundamente tradicional, a la que volverá años más tarde para instalarse en
tierras de Cambados y A Pobra do Caramiñal; tierras que con frecuencia fueron
marco geográfico de sus ficciones y fuente de leyendas, tradiciones y creencias
supersticiosas, a la par que cantera de personajes y paisajes de sus obras.
De la infancia y
adolescencia de Valle-Inclán apenas hay más que datos sueltos, porque nunca
habló por extenso de su familia, integrada por dos hermanastros (fruto del
primer matrimonio de Ramón Valle Bermúdez) y tres hermanos (los árboles
genealógicos de las diferentes ramas familiares, reconstruidos por Pereira
Pazos y Prego Cancelo (2008) a partir del fondo documental Valle-Inclán/Alsina,
permiten hoy conocer con precisión la familia y ascendientes de Valle-Inclán).
El mayor, Carlos, abogado, periodista y autor de varias obras literarias de
relativo éxito, tuvo un papel influyente en la formación intelectual de Ramón,
y juntos colaboraron en la prensa gallega en sus años universitarios; tal el
caso de Café Gotas (edición facsímil, 1999), semanario en el que Carlos fue el
primero en firmar con el apellido Valle-Inclán, procedente, a su vez, de su
ilustre antepasado Francisco del Valle-Inclán, catedrático de la Universidad de
Santiago y fundador de su primera biblioteca.
En este proceso
formativo adquiere un lugar destacado la figura y obra paternas, al actuar como
enlace entre dos mundos culturales, que constituyen la plataforma en la que
inicialmente se asienta la formación literaria de Valle-Inclán.
El nombre de
Ramón Valle Bermúdez está muy unido por lazos de amistad a dos personajes de la
época -Manuel Murguía y Jesús Muruáis- que representan, respectivamente, el
llamado «Rexurdimento Galego», relacionado estrechamente con el mundo local y
familiar de Valle; y el mundo cultural europeo con el que el inquieto joven
conecta a través del círculo pontevedrés de Muruáis, que frecuenta tras su
primer viaje a México y hasta su definitiva marcha a Madrid.
El primero de
esos dos polos de atracción no es desvinculable de la etapa universitaria de
Ramón Valle en Santiago, ciudad a la que se trasladó una vez terminado el
bachillerato. En Compostela, según consta en su expediente académico,
conservado en el Archivo General de la Universidad, se matriculó en Derecho en
1884. Hasta 1889, en que abandona la carrera jurídica, Valle aprobó tan solo 8
asignaturas de las 19 que integraban la licenciatura. La definitiva desconexión
de la vida estudiantil se produjo a raíz de la muerte de su padre en 1890, en
que retorna a Pontevedra.
Un viaje
iniciático: Mexico
El 12 de marzo de
1892 Valle-Inclán embarca rumbo a México y llega el 8 de abril a Veracruz,
desde donde se traslada a la capital. Permaneció un año en el país azteca y lo
recorrió en busca de antiquísimas tradiciones, se empapó de los olores y
colores del Trópico, descubrió allí los efectos alucinógenos del «cáñamo
índico» y, al margen de algunas anécdotas que protagonizó (vgr: retó a duelo al
director de un periódico, episodio que, finalmente, se resolvió de modo
pacífico), comenzó a colaborar de forma regular en la prensa mexicana con su
famosa firma: Valle-Inclán o Ramón del Valle-Inclán, que ya había ensayado en
su estancia pontevedresa de forma menos decidida. Alrededor de una treintena de
cuentos, artículos y crónicas de temas muy diversos fueron apareciendo en El
Universal y en El Correo Español de México; y escribió asimismo para el
periódico veracruzano, La Crónica Mercantil, aunque estas últimas
colaboraciones no se han conservado (Fichter, 1952; Schneider, 1992 y 2000;
García Velasco, 1986 y 2000; Hormigón, 2006). Por otra parte, en El Universal
colaboraron escritores, como Díaz Mirón, Gutiérrez Nájera o el propio Rubén
Darío, de modo que aquellas redacciones fueron para Valle con toda probabilidad
vehículo de descubrimiento del modernismo literario.
Este primer
encuentro (volvería en 1921) con «Tierra Caliente», expresión que utilizó desde
entonces para designar aquellas latitudes, dejaría una huella indeleble en el
escritor: México -declaró en 1921- me abrió los ojos y me hizo poeta. Obras tan
representativas de su trayectoria literaria, como Sonata de Estío (1903) o
Tirano Banderas. Novela de Tierra Caliente (1926), hablan con elocuencia de esa
deuda con un país y unas gentes, que le subyugaron desde el primer instante.
Valle abandonó
México el 15 de marzo de 1893, haciendo escala en Cuba (estancia de la que nada
se sabe con certeza), para regresar a Pontevedra, ciudad a la que llegó el 3 de
mayo de 1893.
El Círculo
Muruáis
El retorno de
Valle-Inclán a esta pequeña capital de provincia, en la que permanecería dos
años, supone el reencuentro con una figura singular: el erudito pontevedrés
Jesús Muruáis, catedrático de lenguas clásicas en Enseñanza Media y dueño de
una magnífica biblioteca, en torno a la cual reunía una selecta tertulia. Esta
cosmopolita biblioteca, de la que Valle-Inclán se nutrió esos años, ocupaba la
primera planta de la popularmente conocida «Casa del Arco», y alternaba en sus
anaqueles clásicos de la literatura gallega con las últimas novedades de la
europea, además de revistas literarias y gráficas parisinas, a las que Muruáis
estaba suscrito, que muy posiblemente familiarizaron a Valle con la iconografía
Art Nouveau.
Su primer libro
Femeninas (1895), acusa ese bagaje de lecturas que definen el decadentismo fin
de siglo y responden al principio estético de l’art pour l’art. En las Seis
historias amorosas, que componen el libro, se advierte un premeditado deseo de
escandalizar; de ahí el cultivo intencionado de lo morboso: el incesto, la
violación, el suicidio, el adulterio…; pero las más de las veces domina un
toque más frívolo que dramático, con un esteticismo artificioso, que apunta ya
en la dirección de las Sonatas.
La inquietud de
Valle-Inclán no encuentra en Pontevedra los cauces adecuados. Don Ramón se
adentra por territorios esotéricos y se intensifica su interés por las ciencias
ocultas, una afición manifestada desde 1892, que por otra parte estaba muy
extendida en los ambientes intelectuales finiseculares. Artículos y
conferencias tempranos muestran esa atracción, incentivada por la posterior
amistad con Rafael Urbano y Roso de Luna, que va a adquirir pleno sentido en La
Lámpara Maravillosa (1916).
Pero
Valle-Inclán, guiado por un deseo de nuevos horizontes, a mediados de abril de
1895 se marcha a Madrid, donde se instala definitivamente, salvo las
interrupciones debidas a sus viajes tanto fuera como dentro de España y su
retorno a Galicia en 1912, en donde permanece largas temporadas, que alterna
con otras en la capital hasta 1925, en que con su familia retorna a Madrid.
Madrid y la
consagración literaria
Los primeros años
madrileños marcan la consolidación de la personalidad humana y artística de
Valle-Inclán. Los datos biográficos disponibles son escasos. Distintos
testimonios concuerdan en señalar las dificultades económicas en las que vivía
envuelto (no obstante, datos del Diario de Pontevedra del 23 de marzo de 1895
desmienten esa supuesta precariedad, al indicar que se trasladó a Madrid
provisto un puesto vinculado a la Dirección General de Instrucción Pública, que
le proporcionaba un sueldo de 2.000 ptas. Vid. Alberca, 2008: 25) y también
subrayan su llamativo aspecto -que había empezado a pergeñar en Pontevedra- con
sombrero de copa alta, larga melena y puntiaguda barba negra, que le valió el
calificativo barojiano de «merovingia», tal como captan su fisonomía sus
primeros caricaturistas.
En estas fechas
Valle-Inclán comparte tertulia en redacciones de periódicos y en cafés
madrileños. Sienta primero sus reales en el Inglés y en el Café de Madrid, a
los que siguieron la Horchatería de Candelas, el de la Montaña y El Colonial.
Con él se reúnen, entre otros, Manuel Bueno, Joaquín Dicenta, Ricardo Fuente,
Benavente y Palomero, quien lo había presentado a finales de 1895 en la
tertulia que Ruiz Contreras reunía en su casa. Así lo recordaba Baroja en La
Pluma (1923): En una mesa cercana a la mía vi a un joven barbudo, melenudo,
moreno, flaco hasta la momificación. Vestía de negro y se cubría con chambergo
de felpa gris, de alta copa cónica y grandes alas… En el Café de Madrid, a
escritores y periodistas se sumaban artistas plásticos, presencia que en
adelante será una constante de estas reuniones. Era la nueva generación de
escritores españoles, que emergía con inequívoca vocación rupturista.
Paralelamente,
Valle acude a las tertulias teatrales del Princesa y desde 1903 a la que el
matrimonio Guerrero y Díaz de Mendoza alentaba en el saloncillo del Español. En
estos años, los más fecundos en intercambios, trasiegos y rivalidades, el Nuevo
Café de Levante se alza como uno de los lugares de encuentro más importantes
del Madrid de principios de siglo, escaparate de toda una generación, cuya
tertulia –cátedra la llamó Cansinos Asséns- lideró Valle-Inclán desde 1903 y hasta
1916, fecha en que se disuelve por la división del grupo entre germanófilos y
aliadófilos. La nómina incluye a los llamados noventayochos y modernistas al
completo, muchos de ellos partícipes de las anteriores (Anselmo Miguel Nieto,
Arteta, Azorín, Pío y Ricardo Baroja, Bargiela, Bueno, Ciro Bayo, Corpus Barga,
Juan de Echevarría, Gutiérrez Solana, Julio Antonio, los Machado, Victorio
Macho, Ricardo Marín, Mir, Moya del Pino, Palomero, Penagos, Rusiñol, Regoyos,
Romero de Torres, Rubén Darío, Sawa, Urbano, Vivanco, Francisco Vighi, Zuloaga,
los hermanos Zubiaurre…). Sus nombres hablan por sí mismos del signo
interartístico de este cenáculo. Los unía en los albores del siglo XX la
búsqueda de la renovación de los lenguajes artísticos y la subversión de los
códigos establecidos, que identificaban con la escuela realista. Exposiciones,
redacciones de periódicos y revistas, iniciativas editoriales -efímeras casi
siempre- constituyeron vehículos de difusión de sus propias propuestas
estéticas, al igual que centros de discusión de temas de actualidad: Germinal,
Gente nueva, Vida Literaria, Helios, Vida nueva… eran revistas donde todos
ellos estamparon su firma.
Valle dejó buena
muestra de su pasión por la pintura y de sus notables conocimientos en el
ámbito de las artes en entrevistas, conferencias y artículos, publicados en El
Mundo (1908) y Nuevo Mundo (1912), con motivo de las exposiciones nacionales de
esos mismos años. Sus preferencias pictóricas abarcan, a tenor de sus
declaraciones, desde los primitivos italianos a Goya, pasando por Boticelli,
Rafael, El Greco o Velázquez, sin excluir a sus contemporáneos. Su
reivindicación de los prerrafaelitas (Dante Gabriel Rossetti, William Holman
Hunt, J. E. Millais, Burne-Jones, etc.), deudores de las teorías de John
Ruskin, despertó el interés entre sus amigos pintores de la tertulia del Nuevo
Café de Levante. Esta pasión de Valle por la pintura remonta a su juventud
-cursó la disciplina de «Dibujo, Adorno y Pintura» en la compostelana Escuela
de Artes y Oficios-, y queda patente en su amistad con diversos artistas
plásticos, que colaboraron en el diseño e ilustración de sus obras (Moya del
Pino, Vivanco, Romero de Torres, Anselmo Miguel Nieto, etc.), y en actividades
o cargos vinculados al mundo del arte: fue profesor de Estética en la madrileña
Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado; ocupó el cargo de Conservador
del Patrimonio Artístico Nacional y Director del Museo de Aranjuez; y dirigió
la Academia de Bellas Artes de Roma entre 1933 y 1936. Precisamente recién
elegido Director de aquella institución declaraba a El Sol (10 de marzo de
1933): He vivido siempre rodeado de artistas plásticos, más que de escritores,
en la antigua tertulia del café de Levante, y ahora me propongo proseguir esa
convivencia, reanudar aquellas charlas familiares, y de paso orientar a esos
muchachos.
Si la tertulia
del Nuevo Café de Levante ha sido unánimamente considerada crisol del
modernismo artístico, la plática valleinclaniana se dejó oír en el Fornos desde
1905, tertulia que se solapaba con la Horchatería de Candelas y, desde 1907,
con el café Nueva España. La figura del escritor, inexcusable en las tertulias
matritenses, lo fue asimismo en otras que tuvieron su centro lejos de la
capital, durante la intermitente estancia de Valle en Galicia. Desde 1919 otras
tertulias fueron desplazando a las anteriores. La del Regina y, posteriormente,
la Granja del Henar cobran particular relieve como reflejo del cambio,
apreciable en el catálogo de nuevos nombres, que se opera en el panorama de la
vida cultural contemporánea (Antonio Espina, Díaz Fernández, Arderíus, Lorca,
Alberti, Altolaguirre, Concha Méndez, Neville, López Rubio y Chabás…), autores
que recogen el testigo para marcar otros rumbos al arte y a la literatura.
En suma, estos
pequeños círculos se caracterizaban en la época por la gran movilidad de sus
participantes, lo que permitía frecuentes intercambios y un amplio abanico de
relaciones personales. En estas reuniones se alardeaba de genio e ingenio y, a
la par que se discutía sobre asuntos políticos candentes, protagonizaban
episodios que respondían a un común y desmedido afán de escandalizar a la
conservadora clase media, a un deseo también de singularidad propio de la
bohemia modernista fin de siglo.
En cuanto a la
biografía valleinclaniana, como contrapunto a la escasez de datos comprobables,
el anecdotario de estos primeros años madrileños empieza a alcanzar
proporciones de leyenda. Probablemente las anécdotas más disparatadas se
relacionan con la manquedad de Valle-Inclán, que en realidad tuvo su origen en
una disputa de café con el periodista Manuel Bueno. A resultas de la fractura
causada en la muñeca izquierda por un malhadado bastonazo del periodista, el
brazo se gangrenó y la amputación se hizo inevitable.
Corría el año de
1899, Valle había intentado la profesión de actor, que aquel desgraciado
accidente cortó de raíz. Un año antes había escrito una carta a Galdós,
expresándole su deseo de ser cómico. El 7 de noviembre representó un papel
hecho a medida en la obra de Benavente, La comida de las fieras, en la que
también intervino Josefina Blanco, con quien se casaría andando el tiempo. Poco
antes de la amputación desempeñó otro papel en una adaptación de Alejandro Sawa
de la novela de Alphonse Daudet, Los reyes en el destierro.
El abandono
forzoso de su incipiente carrera de intérprete no supuso la desvinculación de
Valle-Inclán del teatro, una relación polifacética y turbulenta que, a mayores
de su vertiente de actor, tuvo las de director, adaptador, asesor artístico y
creador. En este último terreno sabemos que en 1896 un periódico anunció el
estreno de una obra de Valle, escrita en colaboración con Camilo Bargiela,
titulada Los molinos del Sarela. Nada más se ha sabido de este texto. Tres años
después, en diciembre de 1899, se estrenó la primera pieza teatral del
escritor, «Cenizas», representada por el «Teatro Artístico», dirigido por
Jacinto Benavente, cuya recaudación se destinó a la adquisición de un brazo
ortopédico para el autor. El grupo de amigos que protagonizó esta iniciativa
costeó igualmente la edición de la obra, que Valle dedicó a Benavente.
Esta experiencia
como dramaturgo se interrumpe hasta 1906, en que Valle-Inclán vuelve a los
escenarios. Pero durante esos años, pasados entre bastidores, siguió su
actividad como narrador. Había publicado en 1897 un librito, de cuidada
factura, titulado Epitalamio, del que confesó haber vendido sólo cuatro
ejemplares. Las colaboraciones en la prensa seguirían siendo un medio, no sólo
de hacerse un hueco en el mundo literario, sino imprescindible fuente de
ingresos, que completaba recurriendo, por ejemplo, a las traducciones (Eça de
Queiroz o Alexandre Dumas), al igual que no descartó la novela de folletín,
editada por «entregas», pagadas puntualmente por el editor. En 1900 Valle
publicó por este sistema La Cara de Dios, una adaptación del drama de Carlos
Arniches del mismo título, probablemente escrita en colaboración, que es un
alarde del conocimiento de las técnicas propias de la novela popular.
Por lo que
concierne a la prensa, son numerosos los periódicos y revista literarias en las
que el escritor gallego estampa su firma: desde el monárquico ABC o el
conservador El Mundo, hasta el liberal El Imparcial, el republicano El País o
el carlista El Correo Español. Sus colaboraciones fueron preferentemente de
tipo literario -crítica y creación-, a diferencia de quienes compartieron con
él muchas iniciativas editoriales y preocupaciones artísticas, los llamados
escritores del 98 y modernistas, cuya actividad periodística con frecuencia se
adentraba en el terreno ideológico y político-social. Por otra parte, la
permeabilidad y riqueza de aquellas redacciones, similar a las tertulias arriba
mencionadas, desmiente la escolástica división en compartimentos estancos
-incluso antitéticos-, en los que se ha querido encasillar a los escritores más
jóvenes de aquella época: modernistas vs. noventayochos. Por el contrario,
revistas como Germinal, Vida Nueva, Vida Literaria, Revista Nueva, Juventud,
Helios, Alma Española son portavoces de las nuevas inquietudes estéticas, que
los más jóvenes -desde Unamuno hasta Villaespesa pasando por Baroja, los
Machado, Benavente o Azorín- representaban, siguiendo las huellas de Rubén
Darío. Eran los Modernistas.
El Modernismo
literario y las Sonatas
Modernistas: así
llamados por quienes contemplaban con desconfianza e incomprensión su afán de
renovación en todos los órdenes de la vida. Eran antidogmáticos y les atraía lo
raro, lo singular, lo exótico, aquello que pudiese alejarles de su tiempo y de
unas circunstancias, a su juicio, detestables. En consecuencia, reaccionaron
contra ellas con los medios a su alcance. La protesta era el mecanismo que daba
sentido a su vida y obra. Este inconformismo se percibe tanto en su aspecto e
indumentaria y actitudes iconoclastas -bohemia y dandismo- como en la reacción
crítica suscitada ante el «Desastre del 98». El bien conocido esteticismo
significaba tanto el alejamiento de la realidad y la autonomización de la obra
del arte, como la crítica de las normas sociales y políticas. Las obras del
arte se concentraron mucho más en la personalidad, se intelectualizaron y
abarcaron esféras temáticas de mayor valor abstracto, muchas veces relacionados
con lo inconsciente, lo místico, lo inexplicable, lo sensitivo, y con una perdurable e indefinible sensación de peligro. A la vez, todavía existe la posibilidad para la creación de nuevos mitos.
Pero fue la
literatura, el arte, en general, la que acusó ese afán renovador y liberalizador en cuanto a las antiguas tradiciones. Buscaban fórmulas
nuevas frente al realismo de Pereda, Galdós, Clarín, Pardo Bazán y, sobre todo,
un lenguaje propio, cuya vía de acceso les brindaría Rubén Darío, de quien
Valle fue amigo y profundo admirador desde 1899 hasta la muerte del poeta nicaragüense
en 1916.
Desde 1901 Valle
venía publicando en Los Lunes de El Imparcial y en Juventud una serie de
relatos, que posteriormente reelaborados incorporó a la Sonata de Otoño, la
primera novela de la tetralogía Memorias del Marqués de Bradomín. Este sistema
de publicación, correlativo al ya referido para sus cuentos, forma parte de su
estrategia de escritura como creador. Es decir, muchas de las obras extensas de
Valle tienen una larga prehistoria literaria, consistente en fragmentos
aparecidos generalmente en la prensa, que más tarde reelabora e integra en
aquéllas. Estos pre-textos o ante-textos resultan especialmente reveladores de
la génesis de cada obra, que ahora se enriquece y amplía a resultas de la
existencia de los mencionados manuscritos del escritor, que iluminan el proceso
de escritura de sus textos.
La primera de las
cuatro novelitas, la Sonata de Otoño, la escribió Valle durante los tres meses
de convalecencia de un involuntario tiro de pistola en un pie, y vio la luz en
1902. Las restantes aparecieron por este orden: Sonata de Estío (1903), Sonata
de Primavera (1904) y Sonata de Invierno (1905).
En las Sonatas el
Marqués de Bradomín relata una serie de episodios autobiográficos de carácter
amoroso -son sus memorias amables- que, siendo independientes entre sí,
presentan al protagonista masculino en sucesivas etapas vitales, que
corresponden, siguiendo la lógica argumental de la tetralogía, a la juventud
(Primavera), primera madurez (Estío), madurez plena (Otoño) y vejez (Invierno).
El donjuanesco personaje, feo, católico y sentimental, rememora sus pasados
amores, cubiertos por el velo de nostalgia que le confiere la vejez y el exilio
(leal entre los leales a don Carlos de Borbón, pretendiente carlista al Trono
de España), alejado de su país tras la derrota bélica de 1876.
Valle-Inclán
establece entre las cuatro Sonatas un juego de correspondencias: la edad del
protagonista -los cuatro ciclos vitales mencionados-, las estaciones del año,
consignadas en los títulos, las cuatro historias de amor con otras tantas
mujeres, a las que hay que añadir en la Sonata de Invierno una novicia
adolescente, que se sugiere es la ignorada hija de Bradomín; y, por último,
cuatro ambientes, escenarios y paisajes diferentes: Italia, México, Galicia y
Navarra. En suma, la personalidad del protagonista es ofrecida en cuatro
tiempos y cuatro aventuras galantes, que siguen hilos novelescos autónomos.
Todo en las
Sonatas, ambientes, personajes, situaciones… responden a un proceso de
idealización premeditado: refinamiento, aristocratismo, artificiosidad,
elegancia, vetustez son notas que definen una estética contra-realista: arte
sobre arte, literatura sobre literatura, que ahora se apropia del léxico y
conceptos de las artes plásticas y de la música. De hecho, las Sonatas son el
fruto de un largo esfuerzo del escritor, orientado a conseguir esa prosa
rítmica, que juega con paralelismos y simetrías, tríadas de adjetivos,
comparaciones, brillantes metáforas, sugerentes sinestesias, ley de contrastes…
La palabra se elige en función de su carga intelectual y afectiva, pero también
por su valor evocativo, que no depende tan sólo de su sonido y significado sino
de su colocación en la frase, de las asociaciones que suscita con las palabras
vecinas e, incluso, con las ausentes. Una labor de orfebrería que hace que las
Sonatas, al igual que de Flor de Santidad (1904), sean consideradas
unánimemente como la culminación de la prosa modernista del escritor y su
inigualable modelo.
El camino hacia
el esperpento y
el giro a la
izquierda
Durante el
período de relativo silencio, en el que se desarrolla la Gran Guerra
(1914-1918) y la Revolución Rusa (1917), se gesta la crisis artística que
precede y acompaña el nacimiento de las vanguardias, Valle reenfoca su obra y
prepara la fórmula que desembocará en el “esperpento”. Otros factores de ámbito nacional o de índole personal contribuyen a este
cambio de rumbo que, digámoslo una vez más, de ninguna manera es brusco.
Tras el silencio,
los años 1919-1920 suponen la apertura de las compuertas que dejan paso franco
a nuevas obras: salen a la luz dos libros de poemas La Pipa de Kif (1919) y El
Pasajero (1920), que, pese a sus notables diferencias estético-estilísticas, se
gestan casi al mismo tiempo; y varias obras teatrales aparecen en versión
periodística, tal es el caso de Farsa y Licencia de la Reina Castiza (1919),
Farsa de la Enamorada del Rey, Divinas Palabras. Tragicomedia de aldea (1920),
y la primera versión de Luces de Bohemia (1920).
Es éste el
momento que marca la transformación de su obra hacia una visión desgarrada y
crítica de la realidad nacional. El cambio se ha producido, según gran parte de
la crítica, a consecuencia de otro paralelo en sus posiciones ideológicas,
motivado por una profunda crisis personal, que determinaría una ruptura radical
en torno a 1920, año de viraje ideológico y estético total -como se ha
calificado-, concretado en la creación de una obra escrita bajo una honda
preocupación sociopolítica: el esperpento. De modo que se suele admitir en don
Ramón un largo proceso de toma de conciencia, de adopción de una postura
cívica, que sigue un camino inverso al de sus coetáneos, los llamados
«noventayochistas». De ahí que se le haya considerado, en expresión de Salinas,
hijo pródigo del 98.
Esta lectura de
la trayectoria del escritor ha contribuido a perpetuar la presunta oposición
entre un Valle-Inclán modernista, desligado de la realidad, y otro
esperpéntico, comprometido con ella. En esta misma línea se contempla su
evolución ideológica: desde un carlismo, tildado de estético, hasta una etapa,
fijada en torno a 1920, que adjudica a Valle un compromiso con los sectores
progresistas (el famoso «giro a la izquierda»), que lo acomoda entre los
anarquistas, bolcheviques, comunistas, republicanos…, atribuyendo a la volubilidad
del escritor o a su afán de singularizarse tal disparidad de adscripciones.
Pero Valle-Inclán
-conviene subrayarlo- no es un individuo ni tan voluble ni tan contradictorio
como se ha (se le ha) querido presentar. El inconformismo es una constante de
la vida del escritor. Su rebeldía ante la realidad que le tocó vivir se
manifiesta en su trayectoria literaria de modos diferentes: primero, como una
actitud de huida, de evasión de la realidad, que no es, sin embargo, una
postura gratuita, sino un mecanismo de protesta, posiblemente menos eficaz,
pero supone una actitud ética indiscutible. Ahora bien, llega un momento en que
Valle parece no conformarse con mostrar su rechazo del mundo entorno por la vía
esteticista y evasiva de las Sonatas; y, a continuación, trata de reflejar en
clave épica una realidad social irremediablemente desaparecida, para
contraponerla a un presente que repudia, fórmula que ejemplifican sus Comedias
Bárbaras y La Guerra Carlista. Ambas vías -evasiva y ennoblecedora- se diría que
no le resultan satisfactorias. Por fin, Valle, que siempre gozó de sensibilidad
y despierta conciencia cívica, hace patente su desacuerdo con la realidad
político-social contemporánea y su preocupación entonces se centra en la
búsqueda de recursos artísticos que hagan más eficaz su actitud crítica. La
respuesta será el esperpento.
No obstante, éste
surge de una larga búsqueda en pos de un estilo gráfico, de una técnica teatral
dinámica y densa y de una visión del absurdo, relacionado con lo grotesco. Término
que, tanto en la literatura española (recuérdense las populares «tragedias
grotescas» de Arniches) como la francesa entre las europeas, se había
convertido en una de las claves de la literatura contemporánea.
De hecho, la
presencia de lo grotesco es una constante en la obra del escritor, que se va
intensificando paulatinamente, siendo un componente fundamental de las farsas
valleinclanianas, que la crítica suele señalar como simples prefiguraciones del
esperpento, olvidando la especificidad de estos textos. Cuatro escribió Valle:
La Marquesa Rosalinda. Farsa sentimental y grotesca (estrenada en 1912 y
publicada en libro al año siguiente), Farsa Infantil de la Cabeza del Dragón
(estrenada en 1910 y publicada en 1914), Farsa de la Enamorada del Rey (1920) y
Farsa y Licencia de la Reina Castiza (1920/1922, estrenada en 1931), reunidas
las tres últimas en el volumen Tablado de marionetas para educación de
príncipes (1926).
Las páginas de
estas farsas, como la mayor parte de la obra de don Ramón, están salpicadas de
ecos culturales en forma de cita interna o solapada alusión, pero algo ha
cambiado con respecto al juego intertextual característico de la obra del
escritor, porque estos guiños culturales adquieren un componente popular y un
sentido paródico. Valle ha comenzado a enfocar la realidad con una lente
deformante y burlona. El toque poco respetuoso, la ironía o la ambivalencia
semántica de las primeras farsas se truecan en Farsa y Licencia de la Reina
Castiza en acerada caricatura -befa septembrina- de situaciones y personajes
históricos, convertidos en «muñecos»: la reina Isabel II, el rey consorte, su
matrimonio y amoríos son vistos desde una óptica, que se explicita en estos
versos que encabezan la farsa: Mi musa moderna / enarca la pierna, / se cimbra,
se ondula, / se comba, se achula / con el ringorango / rítmico del tango,/ y
recoge la falda detrás.
La lengua
popular, castiza y desgarrada, el ademán gesticulante, la animalización de los
personajes, las situaciones absurdas, la sátira política… Es el umbral del
esperpento.
Por otra parte,
Valle-Inclán en estas mismas fechas cierra el ciclo de sus Comedias Bárbaras
con la publicación, ya mencionada, de Cara de Plata. Dos años antes había visto
la luz una de las obras más valoradas del escritor, Divinas Palabras (1919 en
la prensa y en 1920 como libro), que se anuncia como Tragicomedia de aldea en
un contexto gallego, que a partir de estas dos piezas abandona definitivamente,
si se exceptúa La Rosa de Papel, también ubicada en Galicia, aunque su función
dramática es en este caso muy secundaria.
Localización,
ambientes y personajes resultan familiares al lector fiel a la obra del
escritor en esta Tragicomedia de aldea, pero lo grotesco se filtra por todos
los recovecos del mundo que en ella recrea. El «Baldadiño», una pobre criatura
hidrocefálica, es llevada de aldea en aldea en un carretón con objeto de
provocar la compasión de la gente y, de resultas, su caridad. Así el monstruoso
personaje se convierte en un negocio que se disputan varios familiares. Ése es
el núcleo de Divinas Palabras en torno al cual se desarrollan la envidia, el
odio, la avaricia, el adulterio…, acompañados de rituales milenarios, brujería
y supersticiones. Todo ello transmitido con una lengua versátil, capaz de
revelar las personalidades y estados anímicos de sus hablantes, que se
manifiestan a través del planto, el grito, la frase acerada, el refrán y las
divinas palabras: el latín, lenguaje arcano capaz de detener, con su ignoto
significado, la mano de quienes estaban dispuestos a «arrojar la primera
piedra» sobre la adúltera Mari-Gaila, en una nueva versión de la evangélica
María de Magdala.
Divinas palabras,
culminación, en definitiva, del teatro que representan las Comedias Bárbaras,
apunta rasgos que, aun alcanzando en la tragicomedia sentido pleno, la acercan
al esperpento.
Los últimos años
Valle-Inclán era
una figura incómoda tanto por su obra como por sus actitudes y actividades.
Nunca renunció a las tertulias cafeteriles, ahora en el elegante Regina y en la
Granja del Henar, ambos en la madrileña calle de Alcalá. De 1927 data la única
imagen «viva» de don Ramón. Se trata de un fotograma de la película La
Malcasada, dirigida por Francisco Gómez Hidalgo, en el que el escritor aparece
con Romero de Torres y la actriz María Blanquer en el estudio madrileño del
pintor andaluz. Ese mismo año participa con otros intelectuales en la creación
de la Alianza Republicana. Protagoniza asimismo un episodio sonado en 1929, al
promover un gran escándalo con motivo del estreno de El hijo del diablo, de Joaquin
Montaner, que terminó con su reclusión en la cárcel Modelo de Madrid. Por vez
primera Valle se encuentra en una situación económica desahogada al firmar un
contrato con la C.I.A.P., aunque no duró mucho tiempo, ya que la editorial quebró
en 1932.
El fenómeno
mundial de la politización de la cultura, que se produce en los años 30, se
constata igualmente en España, evolucionando del vanguardismo deshumanizado al
compromiso antifascista. Valle, aunque más de una vez había elogiado a Mussolini,
en la línea de su manifiesta admiración por personalidades carismáticas que
además demuestran fuerza, bien que a veces situadas en las antípodas
ideológicas, fue nombrado presidente de honor de Amigos de la Unión Soviética
en 1933, miembro del Comité Internacional contra la Guerra, del que formaban
parte numerosos intelectuales europeos y americanos; en 1935 fue miembro del
Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura y presidió, asimismo, la
campaña nacional contra la pena de muerte.
A partir de 1930
Valle-Inclán, con la excepción de su inconclusa Baza de Espadas y El Trueno
Dorado, novela publicada en prensa en 1936, se limita a reeditar sus textos,
aunque suele retocarlos, perfeccionarlos, entregando incluso versiones
ampliadas como sucede con la definitiva de La Corte de los Milagros (añade
«Aires nacionales» en 1931). Esto significa, como antes adelantaba, que no
abandona el proyecto de los «Amenes» del reinado isabelino, idea que abonan
tanto los textos publicados en el mencionado Valle-Inclán inédito (2008),
estrechamente relacionados con los temas de esta serie histórica, como los
manuscritos del escritor, entre los que se conservan importantes materiales,
todavía pendientes de estudio, que remiten al mismo ciclo histórico, a cuyo continuidad,
por otra parte, Valle se refiere en diversas ocasiones en cartas y entrevistas
de estos años (vid. J. y J. del Valle-Inclán, 1994).
Además de las
ediciones sueltas mencionadas, el escritor también reúne bajo un nuevo título,
significativo, eufónico y evocador, obras del pasado próximo o lejano: la obra
poética editada en Claves líricas (1930), tres de sus esperpentos en el ya
citado volumen Martes de Carnaval (1930), y la narrativa breve en Flores de
Almendro (1936). Agréguense algunos estrenos, tardíos por demás, como el de La
Reina Castiza y El Embrujado, en 1931, y Divinas Palabras en 1933. Los últimos
trabajos de Valle-Inclán, testimonio de su prolongado maridaje con la prensa,
son periodísticos: una serie de artículos, titulada genéricamente «Paul y
Angulo y los asesinos de Prim», publicada en Ahora en 1935, que parecen también
imbricarse en la serie de El Ruedo Ibérico.
Sorprende esta
actividad en un hombre cuya salud estaba muy quebrantada, pero no era obstáculo
para que siguiese atentamente los acontecimientos de su país. La proclamación
el 14 de abril de 1931 de la II República sitúa a Valle-Inclán entre las filas
de sus simpatizantes (De Juan y Serrano, 2007), sin que esa simpatía resulte
contradictoria con sus lealtades tradicionalistas, pues también los carlistas
recibieron con expectante esperanza el nuevo régimen, virtualmente capaz de
sustituir las caducas instituciones por otras que imprimiesen al país otro
rumbo. El mismo año de la proclamación de la República, Valle recibió del pretendiente
carlista, don Jaime, la más alta condecoración del partido: la Cruz de la
Legitimidad Proscrita. Por su parte, el Gobierno republicano nombró a Valle en
1932 conservador del Patrimonio Artístico Nacional, cargo bien remunerado, que
apenas le duró el tiempo de tomar posesión, ya que dimitió ante el estado de
abandono de palacios y museos de los Reales Sitios y la falta de eco ante sus
propuestas y proyectos. Ese mismo año fue nombrado presidente del Ateneo
madrileño y fue objeto de un homenaje de desagravio por no habérsele concedido
el Premio Fastenrath de la Academia a su Tirano Banderas.
La vida familiar
del escritor sufre en estas fechas un profundo cambio: el divorcio de Josefina
supone que Valle-Inclán se hizo cargo -al menos temporalmente- de sus hijos,
con los que se trasladó a Roma, cuando el 8 de marzo de 1933 fue nombrado
oficialmente, después de un controvertido proceso, Director de la Academia de
Bellas Artes de la capital italiana, si bien se sabe por cartas escritas
aquellos años, que no pudieron permanecer mucho tiempo en Roma. El desempeño de
sus funciones como director del centro de San Pietro in Montorio, que albergaba
12 pensionados de pintura, escultura, grabado, música y arquitectura, fueron
fuente de conflictos con los propios artistas becados y las autoridades
ministeriales, de las que dependía la Academia, que no aceptaron el ejercicio
real del cargo y no puramente nominal, que Valle quiso desempeñar en un fallido
intento de devolver a la Academia de Roma su antiguo y perdido prestigio.
Varios intentos de dimisión y otros tantos de cese por parte de las autoridades
ministeriales, jalonaron esta etapa, de estancias intermitentes en Roma y
largos períodos en Madrid, motivo de polémica y acusaciones contra el escritor,
de las que se hizo eco la prensa madrileña y gallega (Santos Zas, Mascato y
Carreiro, 2005). Este cúmulo de sinsabores y expectativas frustradas, unido a
la frágil salud del escritor, decidieron su retorno definitivo a España el 3 de
noviembre de 1934, aunque Valle fue titular del cargo hasta su muerte. Por lo
demás, los silencios y las anécdotas vuelven a ser los compañeros de los años
romanos.
En marzo de 1935
Valle-Inclán llega muy enfermo a Santiago de Compostela para ser sometido en la
clínica de un viejo amigo, el Dr. Villar Iglesias, a un tratamiento de
«radium». Diversos testimonios -cartas, prensa- permiten reconstruir los
últimos meses de su vida en Compostela (Javier del Valle-Inclán, Reigosa y
Monleón, 2008), donde fallece el 5 de enero de 1936. Sus restos reposan hoy en
el cementerio compostelano bajo una gran losa de granito, tan austera como fue
su propia vida. Grabado, hendido en la piedra, se lee su nombre. No necesita
más para recordarnos quién fue, porque su obra, ya centenaria, lo ha consagrado
como un clásico.
Las dos caras de
Valle-Inclán
En el 150
aniversario del nacimiento del autor de ‘Luces de bohemia’, uno de sus nietos
escribe una biografía en la que aclara las mentiras sobre el escritor
Don Ramón del
Valle-Inclán no es Ramón del Valle-Inclán. Ese hombre del que todos hablan no
es él, o solo a medias. Ya en vida el nombre del escritor gallego empezó a
cubrirse de fábulas, falsedades, leyendas, malentendidos, inexactitudes,
exageraciones, dislates o despropósitos, muchos de ellos alimentados por él
mismo, que con los años han rodado como una bola de nieve.
Ahora Joaquín del
Valle-Inclán Alsina, nieto del autor de Luces de bohemia, aclara y desmiente
todo aquello que está en el imaginario colectivo. Lo hace cuando se cumplen 150
años del nacimiento de su abuelo (Villanueva de Arosa, 28 de octubre de
1866-Santiago de Compostela, 5 de enero de 1936), a través de la biografía
Ramón del Valle-Inclán. Genial, antiguo y moderno (Espasa).
Es la primera vez
que un familiar del autor de Luces de bohemia, cuya vida parece haber girado
alrededor de lo extravagante, intenta poner las cosas en su sitio. Son 272
páginas que confirman o desmontan versiones, seguida de 121 que respaldan todo
con notas y referencias, rematadas con un índice onomástico de 15 páginas.
El nieto asegura
que la leyenda de su abuelo, maestro del modernismo, la sátira y el esperpento,
está distorsionada, y a ello han contribuido muchos de sus biógrafos que no
contrastaron la información. El retrato que existe es el de un Valle-Inclán sacado
de alguna de sus piezas de teatro, novelas o cuentos. Por esa razón, el
biógrafo asegura haber hecho una obra desapasionada y alejada de la tentación
de hacer literatura. Ha manejado unas 8.000 fichas, docenas de recortes de
prensa y manuscritos, hablado con personas que lo conocieron y con los
recuerdos de lo contado por su padre, Carlos.
Este nuevo
retrato del autor de obras como El marqués de Bradomín, Divinas palabras,
Tirano banderas, Sonatas, Águila de blasón, La lámpara maravillosa, El ruedo ibérico
y así hasta casi un centenar, está poblado de muchos no era, no era, no era,
que a continuación resume su nieto:
No era mal actor:
“Es un hecho conocido que su primera obra fue La comida de las fieras, de
Jacinto Benavente, que fue un éxito. La segunda no lo fue tanto con la
adaptación que hizo Alejandro Sawa de Los reyes en el destierro, de Dolores
Thion Soriano-Mollá. Su carrera como actor se vio frustrada cuando en 1899
perdió el brazo. El teatro le gustaba muchísimo. Y no es como se ha dicho que
el ceceo contribuyó a su salida del teatro. El ceceo no existía. Una prueba es
que en su actuación como Teófilo en La comida de las fieras hay frases que no
muestran eso. Además, si hubiera sido así, las revistas satíricas de la época
que eran tan incendiarias lo hubieran despellejado”.
No era pobre: “Ni
tampoco pasó tantas penurias. Cuando llegó por segunda vez a Madrid, tras su
paso por México, en 1895, lo hizo como funcionario del Estado con un sueldo de
2.000 pesetas anuales, alto para la época. Eso lo tuvo, como mínimo hasta el 99
cuando perdió el brazo. Es entonces cuando se ve obligado a ser literato
profesional y sus colaboraciones en la prensa aumentan. Es la forma que tiene
de ganarse la vida. No le gusta, pero tiene que aguantarse. Eso le da para
vivir y su nivel está por encima de la media de los madrileños. Así está hasta
1905 o 1906. Entonces ya sus libros se venden relativamente bien y colabora
menos en la prensa. Además, con la agricultura ganó dinero. Durante sus últimos
años también fue funcionario”.
No era de
izquierdas: “Se hubiera muerto de risa al oír que era de izquierdas. Una cosa
es que en sus obras diera esa imagen y otra que en la vida real lo fuera. Desde
muy joven, ya en 1888 se declaró carlista, y Rubén Darío lo dijo en 1899. No
había nadie más opuesto. A él le gustaba el hombre fuerte, el conductor de
masas, el que conoce el espíritu del pueblo, el absolutista. Le gustaba poco la
idea del parlamento y el voto democrático. Venía de la etapa de la restauración
y sabía que había cosas amañadas. Tenía gran desconfianza en el sistema
parlamentario. Su ideal era la de una especie de tirano culto y amable”.
No era
antirreligioso: “Era muy religioso, aunque un católico poco ortodoxo. El
problema es distinguir entre religiosidad y espiritualidad o lo religioso como
norma. En la I Guerra Mundial, una de las razones por las que apoyó a Reino
Unido y Francia fue porque consideraba que los alemanes iban a acabar con el
catolicismo. Para mi abuelo el Tiempo es el demonio y la quietud la divinidad.
Lo inmóvil es la perfección. La idea de que el tiempo no pasa. Luces de Bohemia
está mal interpretada por algunos porque es una obra que trata de muerte y
religión”.
No tomaba drogas
en excesivo: “Comenzó a tomar drogas en 1908. Así se lo confesó a un periodista
en A Coruña. Cuenta que tomaba cáñamo índico, lo que hoy sería el hachís, por
prescripción médica por su dolencia de los papilomas en la vejiga. Las drogas
eran muy frecuentes en la prensa madrileña de la época. La consumió hasta 1926,
fumada o en píldoras”.
Margarita Santos Zas
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