Soledad (I)
Vela sin viento que no fue rumbo.
Piedra lejos del arco y de la cúpula.
Horas podridas sin afán de musgo.
¿Quién descansa sobre vuestro pensamiento
como descansa el día en los surtidores?
¿Cómo en las aves descansa el viento,
en la voz el espacio, el llanto en los relojes,
la sombra en la frente de los ciegos?
Por vosotros, mar de pupilas altas es el náufrago
que se está quemando vivo en un lago de olvido
de sí mismo y fiel memoria de su sino.
Sólo le apagarían las aguas de los mapas,
los sueños de las arpas y su tacto de radio de sonámbulo.
Con total realidad, mintiendo con verdad,
instaurar un abismo -como puente
de asombro- entre las cosas y su nombre.
La sirena es sirena. Caballo, el caballo.
¿El hombre? Ay, ni tú lo sabes, Eva.
¡Qué poema el centauro absorto en restos
y nupcias de realidad y deseo!
Inventar las cosas sencillamente
con la precisión y la lealtad
de la inmediatez de la infancia.
Supe su nombre entonces: mi llamado escuchaban.
Manuel planeta, el pan sobre la mesa,
tan cotidiano y pleno y con alquimia
que no hay tiempo para perder el tiempo.
Es tiempo recobrado su presencia íntegra.
Caos, lenguaje inarticulado.
La muerte no rescata el universo.
Instantáneamente nos hace verbo.
Todo nombre es ya nombre sobrehumano.
La palabra sentida.
El grito del vendedor de naranjas.
En la esquina: "¡Naranjas! ¡Naranjas!"
Y el sol se recupera de su herida.
Porque supe su nombre, porque supe decirlo
cuando su aparición fue necesaria
alba
infalible, ¡el sol por los tejados!
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